La necrópolis de Guiza ha sido mucho más que sólo un gran cementerio. Significó la muestra definitiva del poderío egipcio, un aclamado culto a quienes lo gobernaban y una clara prueba de la rigurosidad con la que respetaban sus antiguos papiros religiosos. “Con obras como estas, los hombres suben hasta los dioses, o los dioses descienden hasta los hombres” relataba Filón de Bizancio, un ingeniero griego intentando describir la majestuosidad que sintió al visitar esta necrópolis en el año 280 A.C. Y es que para lograr comprender con mayor exactitud lo que significó esto, es imprescindible entregarse a la imaginación. Hace más de 4500 años, en mitad del desierto y próximo a Menfis, la capital del Imperio Egipcio, se erigían una serie de enormes construcciones hechos de blancas piedras calizas, que alojaban en su interior a quienes alguna vez habían gobernado el imperio.
Tumbas, pirámides y templos se avistaban en todas las direcciones, sin embargo, 3 blancas y resplandecientes pirámides en particular, se distinguían de cualquier otra construcción. Los faraones Keops, Kefrén, y Micerinos eran quienes moraban eternamente dentro de ellas, protegidos por una gran esfinge con cuerpo de León que velaría por sus almas. Las pirámides de Guiza fueron joyas de dimensiones nunca antes vistas en la historia.
La pirámide de Keops, de hecho, supo ser el edificio más alto del planeta por 3800 años.
Exploradores, conquistadores y buscadores de tesoros que acostumbraban a conocer construcciones con unos pocos metros de altura, se topaban con gigantes e inamovibles pirámides nunca antes imaginadas, nada podía si quiera compararse con ellas.
La historia prosiguió, los imperios cayeron y las catástrofes vinieron. Sin embargo, la Gran Pirámide logró mantenerse en pie y convertirse en la única superviviente de las Siete Maravillas del mundo antiguo, la única obra maestra que hoy podemos presenciar.